Lo que se rinde al sembrar

 

Lo que se rinde al sembrar


¿Alguna vez te has puesto en los zapatos de un sembrador? De todas las actividades a la que se pudiera dedicar, ha elegido un trabajo que requiere mucho esfuerzo y cuyo fruto no depende completamente de su labor. Sembrar no es una ocupación muy vistosa o aplaudida. Nunca he visto a gente reunida alrededor de un sembrador sorprendida al ver sus técnicas.

Los sembradores no son populares, no tienen club de fans, ni viajan por el mundo. Ellos simplemente son fieles y constantes en trabajar su tierra. Ellos valoran el fruto en lugar del reconocimiento.

¿Has sembrado alguna vez? Mis abuelos lo hicieron por años y sé que no es glamuroso ni cómodo. Si lo intentas, sentirás cómo la tierra te ensucia y el sol quema tu piel. Tus músculos quedan muy adoloridos por el continuo levantarse, agacharse, recoger, regar, abrir la tierra, caminar. ¡Es mucho esfuerzo! Sembrar exige condición y entrega.

Sembrar no es la actividad económica más remunerada del mundo. A muchos de los sembradores les pagan un salario mínimo. Sembrar requiere vocación, dedicación e interés en algo más valioso que las finanzas.

Sembrar demanda mucha espera y paciencia.

Cuando colocas la semilla en el suelo y la cubres con tierra, muere, no sabes dará vida, crecerá y florecerá, mucho menos si dará mucho, poco o nada de fruto. Puedes regarla, pero su crecimiento no depende de ti. El lento progreso de las raíces no se ve. Sembrar implica fe.

Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento. Ahora bien, el que planta y el que riega son una misma cosa, pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propia labor. Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios.”- 1 Cor. 3:6-9

Porque quiero ser colaboradora con Dios, elegí sembrar a pesar de la dificultad que implica. Estoy invirtiendo mi vida en lo eterno. ¡Cómo quisiera ver el fruto de mi esfuerzo al siguiente día!, pero el crecimiento y la madurez precisan tiempo. La razón por la cual estoy dispuesta a trabajar y cansarme sembrando es porque sé que es una misión importante, con un futuro y una esperanza.

Me siento identificada con los sembradores. Lo que hago con mi vida, es una siembra. Mis años los estoy y estaré dedicando a sembrar. Me estoy entregando por completo, estoy sembrando semillas y cuidando plantitas. Sólo Dios y los involucrados cercanos saben lo que hago, no hay reporteros, sólo Sus ojos. Barbecho, arranco hierbas, abono, fertilizo, pongo cercos, espanto animales, mato plagas, coloco la semilla, la riego cada día. Oro, medito, pienso, observo, clamo, sonrío. Recuerdo Mateo 13 y los muchos escenarios que afectan la cosecha.

Si me permites confesarlo, a veces me espino y lloro. A veces el sol, el aire, la tierra, el desaliento, lo inesperado, son elementos que me agotan. Muchas veces me canso y siento que no puedo más. Es ahí donde el poder de Dios es manifiesto y se perfecciona en mi debilidad (2 Cor. 12:9).

Tengo constantes recordatorios de que sembrar es una labor que me queda grande, que no soy la más capacitada y que es una misión que exige más de lo que tengo para dar. El crecimiento sólo lo dará el Señor. Imagino cómo al pasar de los años recordaré todo este trabajo, sudor, dedicación y tiempo en estos campos y respiro alegre al estar contenta, feliz y satisfecha. No, no sé si yo alcanzaré a ver los resultados o sólo otros los disfrutarán, pero sabré que habrá valido la pena sembrar. La recompensa no será quizá tangible o visible a los demás, pero sé que vendrá. “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.”- Sal. 126:6


Sembrar siempre cuesta.

Se siembra compartiendo el evangelio, sirviendo a pequeños en tu iglesia o comunidad, cuidando a personas enfermas, educando hijos, sirviendo a los más vulnerables, enseñando a otras mujeres, sirviendo a un esposo o hijos con discapacidad, sirviendo en tu iglesia, aconsejando con la Palabra, llorando con quien sufre. ¡Hay tantos ejemplos de fieles acciones hechas con amor! (Me gustaría escuchar tus ideas para sembrar en otros en la sección de comentarios).

Sembrar implica rendición, te lleva al límite, pero la cosecha y el fruto para la gloria de Dios, lo vale. Sigamos sembrando. Dios es el mejor compañero, el mejor inversor, ejemplo y guía que podamos tener.

Hazlo personal:

¿Qué estamos sembrando? ¿En quiénes nos estamos invirtiendo? ¿Anhelas sembrar? ¿Estás dispuesta a tomar una labor invisible, no admirada ni envidiada, poco o nada remunerada? ¿Elegirás algo considerado como más “cómodo, divertido o exitoso" con beneficios rápidos y tangibles? ¿Estarás dispuesta a invertir en lo eterno? Te invito a orar y rendir lo que sea necesario.

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Artículo escrito por Reyna Orozco Meraz para el Ministerio Aviva Nuestros Corazones ® www.avivanuestroscorazones.com

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