Amiga, sé que estás pasando por momentos duros en tu historia.
Me puede tanto el saberlo así.
Ambas suponíamos que la vida iba a tomar un rumbo diferente y que para estos años de tu historia ya habrías escrito muchas más cosas en tu libro, que lo que hasta hoy y en los últimos días está escrito no te ha agradado del todo y algunas cosas quisieras arrancarlas de tu mente y corazón, como si fueran espinas puntiagudas en los pulmones, que no te dejan ni respirar.
Me duele el saber que estás triste, que te duele el alma y que hasta tu cuerpo se siente mal.
Es en estos instantes cuando las palabras sobran, cuando no hay consejo que sea suficiente, cuando cualquier intento de poderte hacer sentir bien, puede que te haga sentir mal y no es lo que necesitabas en ese momento.
Es cuando por más que te diga que “esto será pasajero” a ti te parecerá eterno y quizá no me creerás.
Es cuando la incomprensión de muchos minimizando tu dolor pueda desesperarte, molestarte y hasta orillarte a esconderte tras un caparazón de fortaleza.
Es cuando por más que te cuente cómo yo ya pasé por esto y también lloré y también me dolió y también pensé que era el final del universo pero no lo fue, lo superé, volví a respirar, a vivir, a soñar, a creer…
Es cuando menos ganas tienes cuando más debes solicitar ayuda, hablar con alguien, aceptar consejo, hablar, orar, reír, salir, pensar, meditar, orar, recordarte a ti misma que esto es temporal, como una infección o enfermedad que se puede matar con medicamento.
No tienes por qué recorrer esta senda sola, quiero estar a tu lado.
Sea (entre todos los medicamentos o terapias que puedas requerir) el amor de tu familia un ungüento, el de tus seres amados bebida refrescante, el de tus fieles amigos descanso y el abrazo de tu Padre Celestial el refugio que necesitas para tus pies cansados, tus alas rotas y tu partido corazón.
Te ama,
Reyna
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