Solía disfrutar los camarones. Esas pequeñas rosaditas bolitas de carne tan agradables de masticar. De verdad, me gustaban y mucho. En coctel, al mojo de ajo, los fiesta, sobre una cama de arroz, sobre espagueti, en ensalada, etc. La presentación era lo de menos.
Cuando me casé con Raúl le escuché decir toda serie de cosas sobre los “asquerosos camarones” nada de lo que dijo me persuadió para dejar de comerlos. En nuestra luna de miel me veía como cosa rara al deleitarme comiendo mariscos.
Ah… pero un día todo eso cambió. Me embaracé de Josué y les tomé un asco sorprendente. El doctor ni siquiera tuvo que prohibirme comer mariscos (por el peligro inminente de intoxicación) yo sola no podía verlos. Fue en unas vacaciones justo en los primeros meses de embarazada que me percaté que algo había cambiado en mi, pedí mi acostumbrado manjar y guack! no pude pasar ni 2 cucharadas.
Sobra decir que ese cambio ha hecho muy feliz a Raúl (y a su cartera). Hasta la fecha simplemente no se me antojan los camarones, ya no se me regresan y obvio no los vomitaría, pero no quiero, no los deseo, no se me antoja, no pediría unos.
Algo similar me ha pasado en este embarazo, pero con la Lasagna, no sé si con la lasagna en sí o con la carne molida… he disfrutado mucho de lasagna al pasar de los años, sin importar las calorías que esta me aporte solía pensar que era deliciosa.
Este cambio no me ha gustado, pues era un platillo que nos gustaba a los 3 y fácil de hacer (si te interesa saber cómo hacerla AQUÍ publiqué una presentación de la misma).
No sé si volveré a desear comer lasagna, simplemente compruebo una vez más que una vez que te embarazas, cambia todo tanto, que nada vuelve a ser igual (para leer más al respecto, da click aquí).
Good bye lasagna, im gonna miss you!.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Puedes enviar tus comentarios a mi email