Enviaste una furiosa tormenta

 



En mi cómodo mundo
donde los placeres eran muchos,
la comodidad era frecuente,
y las sonrisas vinieron fácil,
Enviaste una furiosa tormenta.
Cosas rotas,
cosas desarraigadas,
cosas perdidas,
abandonadas a su paso.
Las lágrimas fluyeron
el dolor siguió,
la ira se precipitó,
envuelta en confusión,
preguntas persiguiéndome,
respuestas eludidas,
la paz se derrumbó.
Ruinas de esperanza
amontonadas,
los cimientos de la fe se
debilitaron.
Edificios rotos
una metáfora del corazón.
No enviaste la tormenta
para juzgar,
para castigar,
para condenar,
o abandonarme.
El viento y las olas
no me golpearon con tu rabia,
sino me rodeaste de tu amor.
El tumulto fue tu rescate,
una tormenta más profunda me
había arrojado lejos de ti.
Una tormenta del corazón,
cosas rotas,
cosas desarraigadas,
cosas perdidas.
Entonces irrumpiste.
La poderosa gracia me regresó
a ti.
Que tu santa tormenta de
misericordia sople de nuevo.

"Enseguida Jesús hizo que Sus discípulos subieran a la barca y fueran delante de Él al otro lado, a Betsaida, mientras Él despedía a la multitud. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar. Al anochecer, la barca estaba en medio del mar, y Él estaba solo en tierra. Y al verlos remar fatigados, porque el viento les era contrario, como a la cuarta vigilia de la noche, fue hacia ellos andando sobre el mar, y quería pasarlos de largo. Pero cuando ellos lo vieron andando sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar; porque todos lo vieron y se turbaron. Pero enseguida Él habló con ellos y les dijo:
«¡Tengan ánimo; soy Yo, no teman!».Subió con ellos a la barca, y el viento se calmó; y ellos estaban asombrados en gran manera, porque no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada".
(Marcos 6:45‭-‬52 NBLA)

¿Por qué envió Jesús a sus discípulos a esa tormenta? Lo hizo por la misma razón por la que a veces te envía a las tormentas, porque sabe que a veces necesitas la tormenta para poder ver la gloria.

Para el creyente, la paz no se encuentra en la comodidad de la vida. La verdadera paz solo se encuentra en la presencia, el poder y la gracia del Salvador, el Rey, el Cordero, el Yo Soy. Esa paz es tuya incluso cuando las tormentas de la vida te lleven más allá de tu capacidad, sabiduría y fuerza naturales.

Puedes vivir con esperanza y coraje en medio de lo que alguna vez te habría producido desánimo y miedo porque sabes que nunca estás solo.

El Yo Soy habita en todas las situaciones, relaciones y lugares por su gracia. Él esta en ti. Él esta contigo. Él es para ti. Él es tu esperanza.

Escrito por: Paul David Tripp
Traducido por: Reyna Orozco


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