Hace semanas una amiga me escribió con esta pregunta: “¿Qué más puedo hacer para cuidar mi corazón?”.
Su pregunta duró mucho tiempo retumbando en mi mente.
No sé si te ha pasado y te hayas preguntado lo mismo con anterioridad, yo sí.
Duré mucho para contestarle.
Preferí no dar una respuesta arrebatada, sin pensar, a la ligera o personal.
Luego recordé algo que mi esposo me había compartido con anterioridad y supe que era parte de la respuesta que quería compartir con ella. Más que dar mis pensamientos o intentar elaborar una respuesta de la nada quiero compartir este testimonio que admiro y comparto, la manera en la que quiero comenzar cada uno de mis días.
COMO GEORGE MÜLLER COMENZABA SU DÍA
George Müller (1805-1898) fue un gran hombre de oración y de fe. Famoso por el establecimiento de orfanatos en Inglaterra y por gustosamente depender de Dios para todas sus necesidades. ¿Cómo se enciende este gozo y fe? En 1841 hizo un descubrimiento que cambió su vida. El testimonio de esto, en su autobiografía, ha demostrado ser de gran valor en mi vida, y oro para que también de frutos en la tuya: “Mientras estaba en Nailsworth, le agradó al Señor enseñarme una verdad, el beneficio de la cual no he perdido, aun cuando ahora ... ya han pasado más de cuarenta años.
El punto es este: Vi con más claridad que nunca, que el primer gran asunto y la actividad principal que debo atender cada día era, el tener mi alma feliz en el Señor. Lo primero por lo que debía de preocuparme, no es, lo mucho que podría servir al Señor, o que puedo hacer para glorificar al Señor; sino ¿cómo puedo conseguir que mi alma esté en un estado de felicidad, y cómo mi hombre interior puede nutrirse?. Porque yo podría tratar de hablar la verdad ante los inconversos, podría intentar bendecir a los creyentes, podría tratar de aliviar el dolor de los afligidos, podría tratar de comportarme de la forma como corresponde a un hijo de Dios en este mundo, y sin embargo, no ser feliz en el Señor y no ser alimentado ni fortalecido en mi hombre interior día por día y todo esto no podría ser atendido en un espíritu correcto.
Antes de este tiempo mi práctica había sido, al menos durante diez años, como algo habitual, el entregarme a la oración después de haberme vestido en las mañanas. Entonces vi, que la cosa más importante que tengo que hacer es entregarme a la lectura de la Palabra de Dios y a la meditación en ella, de forma que mi corazón pueda ser consolado, animado, advertido, confrontado, instruido, y que por lo tanto, mientras medito , mi corazón puede ser puesto a experimentar la comunión con el Señor. Empecé por lo tanto a meditar en el Nuevo Testamento, desde el principio, temprano en la mañana.
Lo primero que hacía, después de haber pedido en pocas palabras al Señor bendición sobre Su preciosa Palabra, fue comenzar a meditar en la Palabra de Dios; buscando, por decirlo así, en cada verso, el obtener bendición de ella, no por el bien del ministerio público de la Palabra, ni para predicar en lo que había meditado, sino para obtener alimento para mi alma. El resultado que he encontrado, es que casi invariablemente, después de unos pocos minutos, mi alma es llevada a la confesión, o la acción de gracias, o a la intercesión, o la súplica, por lo que, aunque no me entregaba a la oración premeditadamente, por así decirlo, sino a la meditación, sin embargo, se convertía casi inmediatamente más o menos la oración.
Cuando he pasado un tiempo en adoración, o en intercesión, o súplica, o dando gracias, voy a las siguientes palabras o versos, convirtiendo todo, como voy leyendo, en oración por mí o por otros, como la Palabra me lleve, pero aun, manteniendo continuamente en mente, que el alimentar mi propia alma es el objeto de mi meditación. El resultado de esto es, que siempre hay una buena parte de confesión, acción de gracias, súplica, o intercesión mezclada con mi meditación, y que mi hombre interior casi siempre es sensiblemente alimentado y fortalecido y que la hora del desayuno, con raras excepciones, estoy en un estado de corazón de paz, si no es que de felicidad. Así también, con lo que al Señor le ha complacido comunicarme, poco después, me he encontrado siendo alimento para otros creyentes, a pesar de que no era por el bien del ministerio público que me entregué a la meditación de la Palabra, sino para el beneficio de mi propio hombre interior.
La diferencia entre mi practica anterior y mi práctica actual es esto. Antes, cuando me levantaba, me ponía a orar la brevedad posible, y generalmente gastaba todo mi tiempo hasta el desayuno en la oración, o casi todo el tiempo. En todo caso, casi invariablemente, iniciaba con oración... ¿Pero cuál era el resultado? A menudo me pasaba un cuarto de hora o media hora, o hasta una hora de rodillas, antes de ser consciente de mí mismo de estarme durmiendo, motivarme, humillar mi alma, etc, y con frecuencia, después de haber sufrido mucho de divagar de la mente en los primeros diez minutos o un cuarto de hora , o incluso media hora, sólo entonces realmente comenzaba a orar.
Casi nunca sufro ahora de esta manera. Porque mi corazón es alimentado por la verdad, siendo llevado a la comunión experimental con Dios, yo hablo con mi padre, y mi amigo (aunque yo soy vil, e indigno de él!) acerca de las cosas que Él trae ante mí en su preciosa Palabra. A menudo ahora me asombró que no vi antes esto. No he leído en ningún libro al respecto. Ningún ministerio público me trajo el asunto anteriormente. Ninguna relación privada con un hermano me despertó a este asunto. Y sin embargo, ahora, ya que Dios me ha enseñado este punto, ha quedado más claro para mí que nada, que lo primero que un hijo de Dios debe hacer mañana a mañana, es obtener alimento para su hombre interior.
Así como el hombre exterior no es apto para trabajar durante mucho tiempo, si no tomamos alimentos, y esta es una de las primeras cosas que hacemos en el día, así debe ser con el hombre interior. Debemos tomar alimentos para esto, tanto como uno se pueda permitir. Ahora, ¿cuál es el alimento para el hombre interior? No es la oración, sino la Palabra de Dios, y no es la simple lectura de la Palabra de Dios, de modo que sólo pase por nuestra mente, al igual que el agua corre a través de una tubería, sino teniendo en cuenta lo que leemos, meditando sobre ella, y aplicándola a nuestros corazones...
Hago énfasis particularmente en este punto, debido al inmenso beneficio espiritual y refrigerio, que soy consciente, han derivado de esto para mi mismo. Y con afecto y solemnemente ruego a todos mis compañeros creyentes a reflexionar sobre este asunto. Por la bendición de Dios, atribuyo a esta práctica, la ayuda y la fuerza que he tenido de Dios, para pasar en paz a través de las tribulaciones más profundas, y después de tener ahora más de cuarenta años practicando esto, no puedo más plenamente, en el temor de Dios, recomendar esto. Qué diferente cuando se refresca el alma y se le hace feliz temprano en la mañana, a diferencia de cuando, sin preparación espiritual, el servicio, las pruebas y las tentaciones del día vienen sobre uno!”
No puedo pensar alguna otra mejor manera en la cual podamos cuidar el corazón, de ésta práctica partirán sabiamente todas las demás.
Salmos 19:8 Los preceptos del Señor son rectos, que alegran el corazón; el mandamiento del Señor es puro, que alumbra los ojos.
Salmos 19:14 Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Señor, roca mía y redentor mío.
Salmos 37:4 Pon tu delicia en el Señor, y El te dará las peticiones de tu corazón.
Salmos 51:10 Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Salmos 73:26 Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre.
Proverbios 3:5 Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento.
Proverbios 4:23 Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida.